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Los otros gigantes de La Mancha

Cuando cruzamos La Mancha, mirando por la ventanilla, sus arquetípicos molinos de viento encalados llaman a la nostalgia. Cuesta imaginar que, en este paisaje estepario en la provincia de Ciudad Real, no hace mucho también funcionaban otros molinos, pero hidráulicos, que aprovechaban la fuerza del agua de un Guadiana hoy casi extinto. Algunos en ruinas y otros reconstruidos para nuevos usos, estos otros gigantes manchegos nos sirven de leitmotiv para llevar a cabo una ruta en bici por los alrededores de Las Tablas de Daimiel y evocar la época en la que había pescadores en esta tierra.

El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel es uno de los últimos vestigios de lo que se conoce como La Mancha Húmeda. Hablamos de una vasta llanura con pequeñas ondulaciones donde, años atrás, los afloramientos del acuífero y los desbordamientos de los ríos conformaban tablas, o sea, humedales en la terminología local.

Unas masas de agua que valían su peso en oro, pero cuya gestión también acarreaba grandes problemáticas. Por eso, los manchegos llevan alterando el cauce del Guadiana desde tiempos inmemoriales. Entre otras cosas, se valían de azudes para reconducir su manso curso y que las aguas cobraran fuerza, pudiendo así utilizarlas como fuerza motriz para moler grano.

A medio camino entre Daimiel y Villarrubia de los Ojos, en los límites de la reserva natural, hoy encontramos hasta seis viejos molinos harineros de agua, tres en ruinas y tres todavía en uso, aunque reconvertidos para fines hosteleros y culturales.

El Camino Natural del Guadiana nos permite enlazarlos en un sencillo y llano paseo en bicicleta de 20 kilómetros que puede comenzar en el ‘Molino de Zuacorta’, que ahora funciona como Alojamiento Rural Singular, y terminar en el molino de Puente Navarro, junto al que encontramos rastros de los últimos pescadores y cangrejeros del Guadiana. De camino, alcanzaremos una de las mejores vistas del parque nacional con la Sierra de Villarrubia y el piramidal Cerro de Malagón aderezando el horizonte.

Los viejos manantiales del Guadiana

Si viajáramos en el tiempo unas décadas atrás, nos encontraríamos con que el ecosistema que trata de preservar el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel sería mucho más extenso. Este paraíso de aves migratorias en realidad comenzaba 20 kilómetros río arriba, en un punto que hoy todavía se conoce como los Ojos del Guadiana. El nombre hace referencia a unos afloramientos del acuífero 23, que se consideraban el nacimiento del río. O, al menos, su segundo nacimiento, después de que el río hubiera desaparecido previamente en las llanuras de Tomelloso tras su primer origen en las Lagunas de Ruidera.

Desde los años 80, los 20 kilómetros que separan los Ojos del Guadiana del parque nacional se encuentran habitualmente secos. Esta vieja llanura de inundación ya solo se cubre de agua en los años de muchas lluvias, y apenas parcialmente. De hecho, durante la última gran época húmeda, que ocurrió en torno a los años 2009 y 2010, se podría decir que los Ojos se habían trasladado definitivamente unos diez kilómetros río abajo, hasta el entorno del ‘Molino de Zuacorta’. En él, que es precisamente donde arranca esta ruta ciclista, volvieron a aparecer grandes encharcamientos, creció el carrizo, acudieron los patos y, por un momento, revivimos la ilusión de La Mancha Húmeda.

Los más mayores del lugar todavía recuerdan cuando la gente se lanzaba de cabeza al río desde el puente que cruzaba el Guadiana a la altura de ‘Zuacorta’. Nos lo cuenta Alfonso, que está a los mandos del molino desde que, hace tres décadas, su familia política lo restaurara para ser alojamiento rural. También evoca el extinto chiringuito de Mateo, uno de los últimos de la ribera donde se podían probar los sabrosos cangrejos autóctonos, que sirvieron de sustento para muchos pescadores de la zona. Estaba junto al viejo puente del que hoy solo queda un ojo, que tuvieron que demoler porque trazaba una curva, tremendamente peligrosa, que hacía que muchos coches también se lanzaran de cabeza al Guadiana.

De ‘Zuacorta’ a Molemocho: la antesala de Las Tablas

Alfonso pertenece a la Peña Equina Rocinante, que todas las primaveras organiza una ruta muy similar a la que nos proponemos hacer en bicicleta, solo que ellos a caballo y durante un par de días, haciendo noche en alguno de los viejos molinos harineros, con su correspondiente fiesta, y terminando en Daimiel. En nuestro caso, el plan es pasar la noche precisamente en su molino después de disfrutar de un chapuzón en la piscina. Pero eso habrá que ganárselo después de unos pedales.

Desde el ‘Molino de Zuacorta’ arrancamos la ruta por la margen derecha del río, siguiendo los carteles rojos del Camino Natural que nos llevan por una ancha pista de tierra. Este primer tramo es el más distante al cauce, que ahora apenas se intuye avasallado por campos de cultivo. Es también el trecho en el que se encuentran los tres mencionados molinos en ruinas. Para echar un vistazo a sus restos, hay que desviarse del camino principal un par de cientos de metros en sus respectivos cruces. El primero es el llamado molino de La Máquina, justo en la desembocadura del río Azuer. El segundo es El Nuevo. El estado de conservación de ambos es malo, por lo que quizá merezca la pena centrar el tiro en el tercero: el molino de Griñón.

Existen referencias al molino de Griñón desde finales del siglo XVI, en las que se menciona que contaba con cinco piedras de molienda, siendo uno de los más importantes de la entonces llamada Real Dehesa de Zacatena. Estos molinos tuvieron una gran relevancia en la economía manchega, también por ser al mismo tiempo molinos y puentes de paso, especialmente para que los ganados pudieran cruzar de un lado a otro del río en busca de pastos. Pero, a la vez, los molinos suponían un problema de cara al aprovechamiento de las tierras de ribera, puesto que las balsas de agua que conformaban sus azudes inundaban buena parte de estas.

Cuanto mayores eran sus reservas de agua, más fuerza tenía la molienda y más tiempo de funcionamiento se aseguraban de cara a la temporada seca. Sin embargo, dichas reservas limitaban el aprovechamiento de las riberas para la agricultura y el pastoreo. Así, a partir de mediados del siglo XVIII, comenzó una serie de políticas que trataban de limitar las superficies inundables e, incluso, drenar el curso del Guadiana. Buscaban un delicado equilibrio que, sin embargo, culminó en los años 60 y 70 del siglo XX con la total desecación del río Guadiana; la industria molinera había sucumbido tiempo atrás.

Pedaleando en paralelo a Las Tablas

A la historia y funcionamiento de estos otros gigantes, que también tuvieron su mención en El Quijote, está dedicado un centro de interpretación ubicado precisamente en el molino mejor conservado de todos ellos: el de Molemocho. Se ubica a la entrada del parque nacional, justo donde el Camino Natural del Guadiana se cruza con la carretera que llega al parque desde el pueblo de Daimiel. Para visitar sus interiores tenemos que desviarnos unos metros de la ruta hasta el aparcamiento de Molemocho; sería una pena no pedalear solo unos metros más arriba hasta coronar una pequeña colina que ofrece una de las mejores panorámicas de Las Tablas de Daimiel.

Curiosamente, de un tiempo a esta parte, el molino se ha convertido en un azud que retiene el agua en sentido contrario al que fue concebido. Es decir, en el momento de su construcción trataba de represar las aguas del Guadiana y darles salida en dirección a Las Tablas. Sin embargo, ahora el aporte de agua del parque nacional solo llega desde su zona norte, de modo que Molemocho se ha convertido en una suerte de presa para que las aguas del humedal no se desparramen río arriba. Seguramente todo se entienda mejor cuando retomemos el Camino Natural hacia occidente y encaremos el tramo más privilegiado de esta ruta.

Una vez pasamos el molino de Molemocho, el Camino Natural del Guadiana por fin hace honor a su nombre y comenzamos a pedalear en paralelo a las grandes masas de agua de Las Tablas de Daimiel. El paisaje que se abre ante nuestros ojos es algo similar a lo que tendríamos que haber observado desde ‘Zuacorta’, de no ser por las políticas de desecación del río y por la sobreexplotación del acuífero, que dejaron huérfanos a los molinos hidráulicos. Un paisaje aderezado por la línea de cumbres de las sierras de Villarrubia y Malagón que, con apenas 1.000 metros de altitud, irrumpen majestuosas en la llanura de este Campo de Calatrava.

Cuando nos acercamos al extremo suroriental del parque nacional, pasamos cerca de la casilla del célebre Julio Escudero. Lo bautizaron como el último pescador de Las Tablas o el último barquero en los numerosos reportajes dedicado a su entrañable figura, en los que se mostraba cómo Julio presenciaba, estoico y apesadumbrado, la desaparición de una forma de vida ancestral en paralelo a la desaparición de un ecosistema que hicieron de La Mancha una tierra de molineros y pescadores. Un par de kilómetros más adelante, poco antes de la pandemia, todavía tuve ocasión de comer unos cangrejos en el molino que cierra esta ruta.

El molino de Puente Navarro es el tercero en la ruta de los que se mantiene en pie. También tiene una historia centenaria, que apunta a que el terreno inundable de Las Tablas de Daimiel siempre se ha visto sobredimensionado de manera artificial por su azud. Sin embargo, a finales de la década de 1980, la vieja construcción fue sustituida por una presa moderna que hace de cerrojo del humedal. Junto a la puerta del viejo molino de Puente Navarro todavía cuelga un cartel donde se lee “Hay cangrejos”. Hoy me encuentro el bar cerrado y con señales de llevar tiempo así, aunque cruzo los dedos por volver a poder tomar una ración.

De vuelta a ‘Zuacorta’

Podríamos seguir pedaleando diez kilómetros más hacia el oeste para pasar por un molino más en ruinas, el de Flor de Rivera, y culminar la ruta en la Calatrava la Vieja. Se trata de una ciudad fortificada de origen islámico, cuya fecha de fundación se estima en el siglo VIII, y que, tras la Reconquista, formó parte de la Orden del Temple y luego de la Orden de Calatrava. Pero eso quizá se merezca una etapa en exclusiva del Camino Natural del Guadiana. Ahora toca regresar a ‘Zuacorta’, donde quizá seamos capaces de apreciar los detalles del molino con ojos renovados

Aunque ya no podemos saltar desde el puente al agua, tendremos margen para emular a los más antiguos del lugar en la piscina que hay junto a los ojos del molino, que por momentos crea la ilusión de que el Guadiana vuelve a existir por estas latitudes. Junto a esta, también podemos ver cómo eran las típicas barcas de los pescadores de la zona, con fondo plano para poder sortear los habituales tramos del humedal en los que apenas había unos centímetros de capa de agua.

E, incluso, podemos descender al sótano para ver la recreación de un mecanismo de molino. Alfonso lamenta que se han visto solos, sin ayudas de la Administración a la hora de rehabilitar esta construcción con raíces en el siglo XV. Pero eso no le impide seguir mimando a este gigante y estudiando su papel en la historia de la vieja Real Dehesa y Montes de Zacatena.

Fuente: https://www.guiarepsol.com/es/viajar/vamos-de-excursion/ruta-bici-tablas-daimiel-ciudad-real/